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El fuego, los tambores, el circo...

Preparando micheladas

Publicado por editor | 12/27/2005 03:02:00 a.m. | 0 comentarios »


El sábado 24 por la tarde, la familia de mi esposa se reunió en el rancho de mi cuñada Tere. Yo me ocupé en preparar micheladas (cerveza con sal, limón, salsa picante y otros ingredientes). Aquí me atrapó Lula, mi esposa, en mis labores de cantinero familiar; quienes no acostumbran tomar no se resistieron a tomarse una cervecita bien preparada.

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Leer por placer

Publicado por editor | 12/15/2005 11:17:00 a.m. | 4 comentarios »

Cuando apenas tenía unos tres años y medio, mi padre compró un cuaderno, un lápiz y un sacapuntas y comenzó a ponerme tarea diaria: hacer planas de letras, que entonces yo apenas si entendía qué eran y para qué servían.
Cada mañana, salía al patio de la casa y buscaba una piedra o un tronco donde sentarme a llenar renglones de letras vacilantes que a fuerza de repetirlas terminé por aprenderlas. Yo cumplo años en marzo y en el septiembre anterior a cuando iba a cumplir cinco años, mi padre convenció al maestro de la primaria rural que me admitiera como alumno de primer grado. El primer día de clases no asistió el maestro y yo me enojé.
Los primeros meses de clases fueron lo mismo, repetir en el cuaderno las letras que yo ya conocía. Pero pronto descubrí algo milagroso: las letras se podían juntar unas con otras y formaban palabras. Pronto estaba llenando planas del cuaderno con esas frases que nunca vas aolvidar: "Ese oso se asea", por ejemplo.
Y una tarde, a medio curso escolar, me descubrí leyendo páginas de una revista horrorosa, pero la única que vi a la mano y disponible para ensayar mi vacilante lectura. Devoré línea tras línea de Alarma y me ejercité incluso con los descriptivos piés de foto.
Desde entonces, pocos han sido los días de mi vida en que he dejado de leer algo, al menos. Antes de dormir siempre leo. A veces al levantarme leo. Y durante todo el día procuro leer algo.
Apenas descubrí el íntimo placer de la lectura y cuando los maestros se dieron cuenta, comenzaron a prestarme libros. En casa había revistas y libros, pocos pero había. Y cada quince días por lo menos, mi padre compraba religiosamente Alarma.
Crecí en una zona rural del estado de Jalisco, en los Altos de Jalisco. A mi padre le regalaba un amigo, Trino Valencia, una suscripción de Selecciones del Reder's Digest y esas revistas se amontonaban en una caja de madera; pronto se convirtieron en un tesoro para mi.
Mi Ppá Goyo y mi Mamá Felicitas le regalaron a mi madre un par de borregas y desde los tres años y medio me convertí por decreto familiar en guardián de esos lanundos animales, que pronto aumentaron hasta llegar a ser un rebaño de veinte. De un lado a otro de la ranchería donde nací, iba yo siguiendo mis borregas y cargando en un morral mis libros y mis revistas de Selecciones.
Mas de una vez, ensimismado en la lectura dejé correr el tiempo y cuando levanté la cabeza ya estaba el rebaño. Tampoco me ayudaba para localizarlo mi creciente miopía. No pocas veces llegué llorando a casa con una mala noticia a flor de labios: "Se me perdieron las borregas". Y siempre me reprochaban que si había sido por estar leyendo, lo que nunca pude negar. Pero jamás me prohibieron, ni uno ni otro leer.
A los siete años sabía mas de política internacional que de historia de México; había leído muchos libros condensados y ya sabía lo que eran las fábulas; conocía la historia de Tristán e Isolda y no me era ajena la historia de Pulgarcito. Me hice fanático de Kalimán. El comic lo compraba mi padre en un pueblo cercano y cuando yo no lo acompañaba, esperaba con ansias su llegada para seguir las aventuras de El Hombre Increíble. Esa revista era un regalo que nunca voy a olvidar.
Desde entonces, me descubro a diario leyendo, por placer, por gusto de abrir un libro y dejar que salgan de él historias de dragones y San Jorges; memorias de niños que conocen el hielo y patriarcas que se van secando atados a un tronco mientras las doncellas se elevan al cielo.
Me he maravillado con robots que cumplen escrupulosamente las tres leyes y aspiran a ser humanos; con hombres que llegan a pueblos fantasmas siguiendo el rastro incierto del padre desconocido y terminan en un mundo de mundos paralelos. He aprendido a detener el tiempo a ritmo de tambor y a aspirar el olor mas nauseabundo deseando encontrar los otros aromas que se han mezclado en el.
He viajado al fondo de la tierra y me he sentido guardia de un faro en la otra orilla del mundo; he convivido con gigantes y he sido gigante en mundos tan ciertos como si ahorita estuviera sucediendo. He peleado con mi conciencia y desafiado a mi inteligencia para encontrar al asesino; he encontrado un mundo mágico que se llena de hombres grises que devoran el tiempo.
En fin, he leído para entrar en mundos imaginarios que se vuelven reales cuando deslizo mis ojos por renglones, unos derechos y otros torcidos sean o no de Dios, pero siempre llenos de aventura, esperanza y mucha, mucha imaginación.
He leído siempre por placer.
Yo los invito a leer, a leer los avisos clasificados, la novela de moda, el libro de Historia, la cuenta del restaurante, los letreros en la carretera, los blogs, los periódicos, las cartas de amor y los obituarios. Los invito a leer, siempre.

(Los culpables de que haya escrito esto son los Alquimistas del Diseño, que con su Ya te hice leer, me han hecho recordar. Gracias)

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Tanilo y el desayuno

Publicado por editor | 12/10/2005 04:03:00 p.m. | 0 comentarios »


Tanilo tiene hambre de nuevo; ¿cuánta comida se necesita para mantener tus siete vidas? No lo sé.
Hoy nos acompañamos a desayunar; él sus wiskas de una marca desconocida que no le gusta y hace que de vueltas frente al plato. Yo café y panqué con nueces.
En una de esas vueltas, Tanilo se acerca, supongo que a reclamarme la jodida calidad de su alimento; me hago el desentendido, no entiendo el lenguaje de los gatos.
De tanto insistir, le doy un pedacito de panqué; uno pequeño porque a veces le ofrezco comida y ahí la deja. Son de paladar delicado los gatos. Ahora veo que le ha gustado y le ofrezco trozos más grandes.
Tanilo los come despacio mientras yo los revuelvo con café endulzado con azúcar; ya se acabó la miel.
Conversamos, de pie los dos, en la angosta cocina. Tanilo responde a maullidos y da vueltas hasta el plato para olisquear su comida, pero regresa a por mas panqué.
Ahora, satisfechos los dos, duerme recostado en uno de mis pies. Mientras yo tecleo esto y escojo una foto de Tanilo, la edito y la pongo aqui.
¡Vida de gatos!

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Regresó Tanilo

Publicado por editor | 12/08/2005 12:08:00 p.m. | 0 comentarios »

Hoy en la madrugada regreso Tanilo, mi gato.

Hace una semana que no sabía nada de él; llegué a pensar que estaba muerto. Ya me estaba haciendo a la idea de que no regresaría.

Y ¡zas! que salta en la madrugada sobre la camioneta, encendiendo la alarma y maullando como un poseso. Tenía mucha, muchísima hambre. Tanta que me mordió la mano dos veces para que le diera algo de comer.

No estaba muerto o hizo uso de una de sus siete vidas. El caso es que Tanilo volvió a casa.

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