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El fuego, los tambores, el circo...

Por razones que nunca he intentado discernir, prefiero recordar a los muertos como fueron en vida.

Me explico.

En el último adiós a los seres queridos, cuando el velo de las lágrimas te hace ver todo difuso, opaco, hay personas que van a asomarse al ataúd para tener un último recuerdo, una última imagen, la última impresión. Yo no.

El Día de Muertos es ocasión propicia para recordar a quienes se adelantaron en el ineludible destino final de la vida. Cierto, por estos días uno hace un inventario de sus muertos y quizá retiene en un recoveco del ojo una lágrima nostálgica. Yo también.

Hay otras oportunidades, mas felices unas, mas dolorosas otras, para recordar a nuestros seres queridos. Yo las busco.

Un hombre que cabalga, seguido por su perro, en mitad del campo, me recuerda a Papá Yeyo. Mi abuelo paterno. Lo recuerdo en la distancia, montado en su caballo, retratado sobre el cielo azul de una mañana clara ilustrada por la nube del Volcán de Colima. Acompañado de Alí, su inseparable perro. Allá va mi abuelo con su sombrero hecho a máquina y su chamarra de mezclilla con forro de "borrega". Yo lo recuerdo.

Va por el camino de tierra roja, en medio de los barbechos, mirando desde arriba los maizales. Hablando con Alí, como dos amigos inseparables que se conocen muy bien. Alí se adelanta un poco, persigue una tuza que corre a meterse en su madriguera, regresa a seguir trotando junto al caballo. A seguir conversando con Papá Yeyo que ahora se ha detenido para contemplar el mar dorado de espigas que baila un vals con el viento fresco. Yo, a veces, también converso con mi abuelo.

Una mujer que hace tortillas detrás de un metate, al lado del fogón, me recuerda a Mamá Chuy. Mi abuela paterna. La recuerdo en el portal de la casa de El Ocote cepillando su cabello plateado por el tiempo mientras sus ojos contemplan el Cerro Grande. Allá va Mamá Chuy, su pequeña figura se confunde con las piedras que hacen guardia cuando va por agua al pozo. Yo la recuerdo.

Mamá Chuy está cortando un durazno, pelando una tuna o echando maíz a las gallinas en la huerta. Está arrojando con absoluta puntería una tortilla recién hecha al plato en medio del banco de cemento alrededor del cual comemos sus nietas y nietos. Está ofreciendo un té de canela o un taco de queso o está sonriendo mientras mira como se acaba la tarde. Yo, a veces, tengo ganas de sus frijoles fritos o su fresco jocoque.

Papá Yeyo y Mamá Chuy están sentados juntos en el banco del portal y ella bosteza. Rápido él mete su pulgar en la boca de ella y se ríe de su broma. Ella solo le aparta la mano y se ríe. A lo mejor dice: "¡Ay, Arelio!". A lo mejor solo se ríe y vuelve a bostezar mientras en el rancho oscurece. Yo así los recuerdo.

Seguro hay muchos momentos que recuerdo de mis abuelos paternos. Seguro quienes los conocieron tienen otros momentos parecidos o distintos guardados en sus memorias. Yo eso creo.

A veces, un día cualquiera, veo algo que me recuerda a mis abuelos vivos, como eran cuando estaban con nosotros, como yo los recuerdo. Y eso es lo que, yo creo, de verdad importa. Yo eso pienso.

Podría hacer un altar para ellos.

Y pondría un jarro de té de canela para Papá Yeyo. Y un litro, mejor dos o tres, de alcohol para acompañar el té caliente en una fría mañana, casi de madrugada cuando el Sol no ha salido y hace, hacía, mucho frío en los altos portales de la casa de El Ocote. Un collar para Alí o una silla de montar nueva. Un rifle o un uniforme de Guardia Rural recién planchado. Un "Buenos días, Don Arelio" dicho por algún vecino. 

No se qué pondría en el altar para Mamá Chuy. ¿Un metate, un molcajete? Un vestido nuevo o una parvada de pollitos. Una peineta y un cepillo para su pelo largo, recién lavado y cepillándolo sentada en una silla en el portal. Una cubeta de agua fresca del pozo. Una tuna recién cortada por la mañana. Un durazno. O maíz recién desgranado para alimentar a las gallinas. una sevillana nueva para acompañarla a misa y ver como la estrena. Un plato de jocoque fresco.

Yo no se, en realidad, que pondría en el altar para ellos. Yo, a veces, los recuerdo y siento que me acompañan en retazos del día, en momentos que pasan rápido. Yo los veo como eran ellos, cuando estaban vivos.

Yo los recuerdo.

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