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El fuego, los tambores, el circo...



En #CalvilloPuebloMágico #AgsMx, donde vivo, hay un templo, el Santuario de Guadalupe; cada 12 de diciembre los feligreses locales van a cantarle Las Mañanitas a la Morenita del Tepeyac. Esta es la zona donde brotó La Guerra Cristera.

Desde la noche del 11 de diciembre se hace una gran verbena, con puestos de vendimias, música y gente consumiendo bebidas embriagantes. Menos en años recientes pero sigue habiendo fiesta.

Mientras en los alrededores del Santuario la feligresía nutre la fiesta, adentro del templo otros feligreses más piadosos (hay niveles hasta entre los creyentes) rezan y cantan frente a la réplica del ayate que según la tradición usó el indígena Juan Diego.

 Adentro el caldo religioso; afuera lo vapores de la devoción guadalupana. El festejo guadalupano coincide también con la Feria de la Guayaba, la fruta de producción local con fama internacional. 

Allá por 2006, 2007, la fiesta guadalupana había producido una costumbre bastante contradictoria: en la madrugada y acusando los efectos del consumo de alcohol, los jóvenes de algunos barrios, con añejas rivalidades, protagonizaban una batalla campal; volaban piedras, palos, botellas, etc.

La Policía Municipal hacia su esfuerzo y detenía a los rijosos que podía y los encerraba en las celdas de la comandancia local. Atrapaban a los que estaban cerca, a los que no alcanzaban a correr, en un intento por dispersarlos y acabar con el pleito colectivo.

Ya entrada la mañana, la Comandancia de policía se llenaba de madres que iban a reclamar a los uniformados; exigían la liberación de sus hijos, que habían ido por su devoción a la Virgencita; eran buenos muchachos y, juraban: sus hijitos no andaban en pleitos.

Rodeado de madres iracundas, el entonces jefe de la Policía local les dijo: Detuvimos a sus hijos afuera del Santuario,  estaban peleando; no  estaban arrodillados rezando y cantando a la Virgen. Poco a poco, las madres se fueron retirando.

Decía mi abuela: amor no quita conocimiento. Pero el amor de madre suele rebasar los límites de la razón y la lógica. La mujer que llora por el hijo asaltante, abatido por un policía de la CDMX, es una madre.

Esa mujer que llora y grita es una madre que ha perdido un hijo. Desde su tragedia personal no caben los hechos  ni los razonamientos que los demás podemos hacer. Empatía no es justificación.

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